Estados Unidos comenzó a proyectarse más allá de sus
fronteras en forma dramática entre los últimos años del siglo XIX y los
primeros del siglo XX, llegando a equipararse a las grandes potencias que
manejaban los destinos de la humanidad. La crisis de 1891 entre Chile y Estados Unidos
constituyó el anuncio de una actitud norteamericana que alcanzó su punto
culminante con la guerra de España. A través de las instituciones religiosas,
las empresas de capital privado de los poderes Ejecutivo y legislativo
desarrollaron la política expansionista norteamericana, en necesario analizar
los orígenes del capitalismo expansionista que dos años, siete meses y 19 días antes de terminar el siglo XIX
culminó en imperialismo o neocolonialismo. Los puntos de partida del
expansionismo de ultramar o lo que Estados Unidos conoce como la diplomacia del
Pacífico fueron China y Japón, a partir de los cuales surgió el interés
estratégico por Alaska y el archipiélago del Reino de Hawái, quedando éste como
la última conquista colonial antes de que Estados Unidos comenzará el
imperialismo.
Cuando Estados Unidos se expande, le arrebata partes de
su territorio a México y las engulle. Hay colonialismo en el momento mismo en
que la Enmienda Platt les permite administrar a Cuba, sin anexársela. El
imperialismo hace su aparición sirviéndose de ambas vías en secuencia histórica
o en simultaneidad lógica, como bien lo prueba el caso de algunos países Africanos
entre 1890 y 1919. Pero además, el imperialismo supone un férreo control de los
mecanismos económicos que articulan a unos países de otros. El anexionismo y el
colonialismo son posibles sin el mercado capitalista. Pero el imperialismo,
exige, la presencia de un mercado configurado con criterios capitalistas, sobre
todo la existencia de una fuerza de trabajo libre, de un tipo de trabajador que
tenga que vender sus energías para sobrevivir y que, con ello, logre reproducir
todo el sistema.
La ola expansionista no sólo involucró cuestiones políticas
y morales sino también los vínculos comerciales que forjaron individuos como
William y Michael Grace. En otras palabras, los precursores no sólo fueron nos
estrategas y pensadores navales como Alfred Thayer Mahan, quien sustentó la necesidad
de tener una poderosa presencia en los mare basándose en la experiencia de
Inglaterra; ni se limitaron al expansionismo que buscaba islas y puertos
alrededor del mundo como simples estaciones que abrían el camino a un imperio norteamericano;
no eran sólo darwinistas sociales que buscaban civilizar al mundo de acuerdo a
los valores norteamericanos; ni fueron jingoístas que buscaban aventuras en el
mar para consolidar su propio desarrollo político y comercial.